El día de mañana comprenderé los vericuetos del poder, porque hoy me siento superado por su complejidad, por su hipocresía, por su maniqueísmo y por sus corruptelas, que nos llevan a ser gobernados, según dicen, por un atajo de personajillos influyentes bajo el nombre de Club de Bilderberg.
Un Club secreto, inaccesible y del que nada se sabe más allá de su existencia y de su importancia a la hora de determinar el devenir de nuestra sociedad. Un conjunto de mentes poderosas que se reúnen bajo el hermetismo que les da el anonimato para, como dice la reina Sofía en el libro de Pilar Urbano, debatir en plena libertad quienes somos, de donde venimos y hacia donde vamos.
Somos gobernados, pues, por peleles en manos de las decisiones, no vinculantes pero sí marcadoras de tendencia, de este conjunto de supuestas mentes privilegiadas, las cuáles, como no podía ser de otra manera, buscarán perpetuarse en su privilegiada posición.
A los ciudadanos de medio pelo no nos queda más que contentarnos con ser las marionetas en manos de los peleles que elegimos para que sean manipulados por este contubernio de origen añejo, aunque no judeo-masónico, pero sí altamente atemorizador.
Los cristianos hablan del libre albedrío como uno de sus grandes hallazgos conceptuales, libertad de acción dentro de un marco límite, estipulado por el demiurgo, y ahora, podemos extrapolar ese concepto a nuestra sociedad, porque las grandes decisiones, aquellas que determinarán el futuro de nuestras vidas, no nos competen.
Este Club de Bildeberg busca tan solo el mantenimiento del Status Quo, la perpetuación del régimen establecido, ya fue así cuando surgió para combatir el Comunismo, y sigue siendo así para salvaguardar el Capitalismo que les colocó a ellos en el lugar en el que se encuentran, que mata de hambre a más de la mitad de la población mundial y que acaba de arruinar a gran parte de los ciudadanos que compartían el sueño neoliberal.
Y no crítico al Club por su existencia, ya que entiendo que pudiera ser beneficiosa la existencia de un organismo supranacional y multilateral que se encargara de marcar directrices globales en temas cruciales y de interés común, critico su secretismo, su carencia de democracia, su falta de representatividad.
Para que este Club tuviera autoridad moral debería de representar a todos los países, no de manera individualizada, pero sí por agrupaciones en base a su cercanía geográfica o de intereses económicos, de forma que todos pudiéramos seguir un camino común, y abandonáramos la idea de países líderes y países seguidores.